Para una estetización de la violencia: Borderline, la radiografía del sujeto contemporáneo.
Por Piter Ortega Núñez
A Mailyn Machado.
“La autoalienación del ser humano ha alcanzado un grado tal que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden”. Esta célebre sentencia benjaminiana, expuesta en su antológico texto “La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica”, fue la primera idea que me abordó al recorrer la muestra personal de Ernesto Benítez Borderline, exhibida de mayo a junio de 2006 en la galería Villa Manuela de la UNEAC. Y es que Benítez ha logrado instaurar en su poética una suerte de estetización de la violencia, toda vez que esta es ponderada como catalizador de los placeres y aberraciones más insospechados. En este sentido el cuchillo ha devenido el símbolo iconográfico fundamental de su obra, aunque no el único, pues en anteriores muestras han sido frecuentes la guillotina, la tijera, el hacha, la hoz, la lanza, entre otros.
El creador optó esta vez por una sui generis concepción museográfico-curatorial que le permitió transfigurar la galería en un simulacro de “Clínica”. Es así que el espacio quedó dividido en tres compartimentos, salas o secciones: la Sala de Crisis, nombre que reciben habitualmente los cuerpos de guardia de los hospitales psiquiátricos; la Sala de Diagnóstico o Sala de Tránsito, destinada a precisar las patologías del paciente; y la Sala de Religación, prevista para el exorcismo de los males.
La primera sala está integrada por tres instalaciones de grandes dimensiones, en las cuales el autor dialoga simbólicamente con realidades muy cercanas a la experiencia de la muerte. La más impactante de ellas se titula Metamorfosis, y presenta una figura humana a tamaño natural modelada en arcilla y envuelta hasta las axilas en numerosas vendas o sogas, cual crisálida que pronto será devorada por tarántulas. “En mi obra – comenta el artista- las vendas enuncian el mismo significado de doble sentido que en el sistema jeroglífico egipcio remite tanto al primer envoltorio con que es recibido el recién nacido, como a la mortaja con que el difunto es depositado en su morada final.”[1] A ambos lados de la pieza se sitúan dos fotos –tomadas en la morgue- que semejan placas de rayos X, y en las que se vislumbran, como desde un Negatoscopio, el corazón y el cerebro de la figura representada.
Tanto en Metamorfosis como en otras de las obras exhibidas se puede constatar un rasgo de vital importancia en la poética de Benítez: me refiero a la autorreferencialidad. En primer lugar, el artista ha tomado una vez más su cuerpo como modelo para la conformación de los rasgos fenotípicos de la figura en cuestión. Por otra parte, la escultura contiene en su interior fluidos corporales, bellos, epiteliales y otros desprendimientos físicos del creador que han de conferirle a la pieza –según testimonios del propio autor- una energía especial.
Otro trabajo bien significativo entre los que integran la Sala de Crisis es aquel que presenta un pomo de suero con su respectiva manguera, describiendo esta última el registro o recorrido de un electrocardiograma, hasta llegar al corazón –ya carente de funcionamiento- en el extremo derecho. Aquí el aliento sádico, cuasi terrorista, antropofóbico salta a la vista: el interior de la botella de suero ha sido despojado de la habitual sustancia de salvamento, y en su lugar han sido colocados varios cuchillos de mesa. Nuevamente una acusada atmósfera de amenaza, peligro, desgarramiento, dolor se hace patente.
Se trata en todos los casos de situaciones límites para el ser humano (la impronta clínico-quirúrgica de la muestra enfatiza esta idea), situaciones que sin embargo son portadoras de una excitación morbosa, seductora, de modo que padecimiento y delectación se entretejen, potenciando la autoflagelación como intensa fuente de fruición.[2]
Pero sin dudas las ideas expuestas anteriormente alcanzan su punto clímax en la camilla de curaciones de la Sala de Religación, de la que emergen un sinnúmero de remaches punzantes y siete cuchillos en posición vertical, los cuales están distribuidos de manera que incidan directamente en los chacras –centros de energía del cuerpo- del presunto “paciente”. Sin embargo, más allá de esta asociación con los chacras, lo interesante de la obra radica en el gesto perverso que supone la conversión de la sala destinada precisamente al salvamento, en un recinto ideal para la amputación y el suicidio. De lo que se deduce que la inmolación y la muerte son ponderadas como la única vía de salvación.
Semejante tono apocalíptico y escéptico responde a una lógica epocal signada por la imposibilidad de sostener cualquier tipo de teleología. Después de una Modernidad fuertemente utópica, la época contemporánea o postmoderna se ha distinguido por el quebranto de la utopía; es un momento de un nihilismo total, en que solo se habla de la muerte de… (la historia, el sujeto, el arte, el autor, etc.). Esta muestra, como las demás concebidas por el creador, se erige metáfora de la crisis del sujeto en los tiempos que corren: escisión, descentramiento, paranoia, desarraigo, descolocación. “La gente no piensa en por qué les es dada su existencia ni adónde ésta ha de llevarlos. No hay conexión alguna entre los fragmentos de la vida cotidiana, no hallamos en ellos ninguna dramaturgia, ningún punto culminante que pudiera ser previsto o alcanzado (…) Se trata simplemente de una diferente mutación de la cultura (…), deliberadamente desprovista de toda coordenada fija, sin un sistema de referencia a lo que sería el alfa y el omega de la existencia individual y colectiva.”[3]
Se colige pues que las realizaciones del artista, con un sólido basamento filosófico y antropológico, escapan a cualquier localismo o condición exclusivamente insular y adquieren un carácter universal. Lo cual me parece muy saludable, sobre todo en el contexto de un arte nacional que no acaba de desprenderse de las ataduras que comporta la angustia de saberse bajo la -ya milenaria y archimanida- “maldita circunstancia del agua por todas partes”. Es hora de aceptar de una vez que vivimos en un mundo globalizado, en el que ha tenido lugar una ineludible transnacionalización de las experiencias culturales, al punto que el concepto mismo de “nación” ha entrado en crisis. Entonces, ¿a qué seguir enfrascados en la ancestral demarcación y definición de un “arte cubano”, en un momento en el que se desdibujan cada vez más las fronteras? Para bien o para mal –me abstengo de adoptar una postura ética frente al fenómeno- hemos de admitir que la expansión definitiva del proyecto de Occidente a escala mundial es ya un hecho; la llamada “occidentalización del planeta” constituye una realidad inevitable, irreversible, por lo que nos urge aprender a convivir con ella (algo que atañe también al arte, desde luego).
En relación con lo que denominé arriba estetización de la violencia en la obra del creador, y para finalizar, concluiré con unas palabras del destacado pensador norteamericano Hal Foster –teórico imprescindible para comprender los avatares del sujeto en los tiempos actuales-, las que me sirven de algún modo para evocar el abrumador y desconcertante efecto que provocó en mí Borderline:
(…) De esa especie fue para mí el real Efecto CNN de la Guerra del Golfo: repelido por la política, fui cautivado por las imágenes, por un psico-tecno-estremecimiento que me encerró (…) Cuando las pantallas de las bombas se oscurecían, mi cuerpo no explotaba. En realidad, éste era apoyado: en un trofeo fascista clásico, mi cuerpo, mi condición de sujeto, era afirmado en la destrucción de otros cuerpos. Y, una vez más, no creo que yo fuera el único en experimentar esa atroz afirmación.
[Se trata de] (…) una escisión moral, la paradoja de la aversión socavada por la fascinación, o de la simpatía socavada por el sadismo (…)[4]—————————-
[1] Ernesto Benítez. Borderline. Proyecto Teórico (inédito).
[2] Véase, de entre las obras que remedan radiografías médicas en la Sala de Diagnóstico, la que muestra una mano atravesada por tres largos aguijones.
[3] Stefan Morawski. De la estética a la filosofía de la cultura. Selección y traducción del polaco: Desiderio Navarro. TEOR/ética, Centro Teórico-Cultural CRITERIOS, La Habana/ San José, C.R., 2006, p. 362.
[4] Hal Foster. “El postmodernismo en paralaje” (material fotocopiado).
Publicado en la Revista Extramuros, La Habana, Cuba. Edición No. 21/2006, Pp 58-59