Por Inti Yanes
En el principio no es el Arte, sino la Existencia como pura intencionalidad de externación. Abrirse, ek-stasiarse, presupone el despliegue de una forma que haga patente una interioridad en un principio velada, no ante los ojos. Esta interioridad contiene una riqueza fundamental que no se actualiza-permanece en el estado ausente de posibilidad- si no llega a ser para sí misma en el acto mismo de proyectarse hacia “su” afuera. Solo puede ek-stasiarse aquello que se ensimisma, aquel ante en cuya onticidad ha quedado ya presupuesta la apertura de sí en el autoconcientizarse. Sólo es radicalmente originaria – originaria en cada momento, cada instante es su origen por que es allí donde se origina el tiempo – esta pulsión hacia el darse a sí mismo desplegando la forma precontenida en un adentro para sí ya insuficiente. Este movimiento que se produce en la consciencia, o mejor, que es la consciencia misma, dándose en la intersubjetividad y emergiendo en un “cronotopos” cincunstanciador, es la existencia.
Salir al mundo como existente es curarse del mundo en su propio espacio, en la pura “mundanidad”. Curarse de algo es apropiarse de su ipseidad, darle la forma de nuestra asimilación, re-signar el acontecimiento. Curarse del mundo no es simplemente interactuar con él “en” él. Implica la conciencia de esta interactuación que compromete- alecciona- directamente nuestro propio ser en el mundo, la existencia. En la manifestación del propio modo de ser se revelan los dispositivos esenciales que conforman el tejido de existencia/ mundo. El mundo deja entrever su ya haber estado siendo ahí antes de nuestro comprometimiento existencial en él. Ese modo previo de ser el mundo es aun menos consistente que la “Ding an sich” de Kant, o la “Nothingness” de Berkeley. Si ya es realmente un mundo lo es para el “ser ahí” existente, el hombre. La forma fundamental del mundo es la forma en que el “ser ahí” se cura de su presencia circunstaciante, se apropia de él para preservarse de él como “ser ahí”. El descubrir el “ser ahí”el mundo como riqueza para sí implica el descubrir su propia riqueza externada en el mundo. Esta consciencia de la propia riqueza desplegada en el mundo no es otra cosa que su ek-stasis.
Este estado de ek-stasis revela la estructura fundamental de comprometimiento de mundo y existencia: el movimiento vital. El movimiento como unidad pugnante de tiempo y espacio, tiempo que permite que el Ahora se trascienda a sí mismo, y haya presencialidad. En el apropiarse del mundo se puede producir: la conceptualización (la modelación racional del mundo), la moralización ( la incidencia en el mundo con arreglo a criterios dirigidos a la determinación de un Bien Supremo), o la re-formación del mundo. En este último sentido, de carácter “estético” , no se trata de reproducir el modo de aparecer, el modo de aparecer de los entes a la mano en cuanto a su forma en el llamado espacio, artístico; como tampoco de re-presentar al ente en una pretendida originalidad que precedería incluso a su rango simbólico para el “ser ahí”. Re-formación del mundo quiere decir crear dimiúrgicamente un nuevo universo, que saca a la luz el movimiento de la consciencia en pos de sí misma, sin que este movimiento se de a través de la conceptualización o de la moralización, encuentra su herramental estratégico privilegiado en la actividad “artística”.
La muestra del artista Ernesto Benítez expone plenamente esta significación existencial-apertural de la actividad artística llevada a sus fundamentos. La raíz óptico- antológica de esta búsqueda no queda oculta al creador: “Motivado por la pregunta infinita acerca del por qué de nuestra existencia y partiendo del principio conceptual de que el misterio verdadero es la existencia misma, he asumido desde hace algún tiempo una ampliación de las fronteras del arte hacia terrenos propios de la filosofía y la gnoseología en general en mi practica artística…”. Lo esencial no es quizás en esta producción el apego a ciertas formas muy occidentales de la tradición mística, tanto de Oriente como de Occidente, como es el caso de la sociedad Teosofía, sino su concentración en el fenómeno de la existencia como la forma originaria del ser. La existencia no es la pura entelequia platónica que mora en el topos uranos, ni la pura corporeidad comprendida como el fundamento ontológico de lo espiritual; la existencia es la unidad dialéctica del mundo y la conciencia, donde la antigua dualidad Cuerpo/Alma comienza a desvanecerse porque cambia el “lugar” de percepción “pues la sustancia del hombre no es el espíritu como síntesis del alma y cuerpo, sino la existencia” (Heidegger). El titulo general de la muestra es “La luz del cuerpo”. Si bien parece subyacer aquí la visión dual de lo espiritual y lo corpóreo, se produce el movimiento hacia la unidad de ambos factores, en total armonía con la intuición analógica de la proyección mística de todos los tiempos. “La luz del cuerpo” es una visión mística de la energía vital que el alma, asumida como perspectiva espiritual, le aporta al propio cuerpo.
El arte recobra así su prístina referencia a la fenomenología de consciencia, y sale, “como de un baño de Luz”, reconfortado como todo ente que logra vislumbrar, después de tanto peregrinante extravío, sus propios orígenes. Aquí el arte deja de ser mera autorreflexión formalista, estructura vacía de su propia aparente destrucción -que no conduce a ningún lugar esencial-, para devenir instrumento del autoconocimiento del espíritu, por virtud de su naturaleza o al menos sus posibilidades simbólico-alegóricas. De este modo Heidegger llega a decir que “el Arte es la expresión formal –donde “formal” remite a una específica topografía y no a una “configuración”– de la Verdad”.Porque la verdad ya no es mas un concepto o un “debe ser” a priori a la experiencia del “ser ahí”, sino esta propia experiencia concientizada en el vivir mismo. Por ello expresa el artista: “En este sentido el proceso de creación esta muy ligado a mi concepto de libertad, emanado de la autorrealización espiritual, en el que el punto de partida es el libre ejercicio de mi experiencia interna”.
La praxis artística se convierte en un camino de autorrecuperación, de autodescubrimiento, de reconquista, desgarrando los velos que ocultaban el altar a nuestra propia mirada; el altar sagrado donde ejecutar el necesario autosacrificio que presupone nuestro “ser en el mundo”; porque en realidad, dado nuestro modo ek-statico de ser, recibimos la existencia como un don o como una maldición, pero en ningún caso como un resultado de nuestra libertad de elección, el origen de la libertad en cuanto a capacidad electiva es la existencia como ek-stasis, se es ya ahí en cada caso; y por tanto lo temporal nos conduce a la muerte, no como un fenómeno accidental que pueda ser abolido alguna vez a través de la magia, de la fe o de la ciencia, sino como el modo originario en que “salimos” de nosotros mismos y “entramos” al mundo; esto es, en la medida en que se conforma nuestro “ser en el mundo”. De aquí la unidad que emerge entre el arte, la angustia y la muerte, como la destinación del ser en el mundo (muerte que sin dudas puede llevar en su propia forma el renacer). “El hombre encuentra –dice Víctor Emil Frankl- en el sentido de su angustia no sólo una dignidad ética sino además una dignidad antropológica, que es lo que le realiza personalmente. El hombre doliente descubre en la angustia la posibilidad del sacrificio voluntario, donde se le releva la esencia de la persona”. La esencia de la persona es ese estado de autoapertualidad del que el arte se ha convertido en un privilegiado medio de expresión. No en vano cita el artista las palabras del maestro: “El primer trabajo del hombre es reconquistarse…distinguir en nuestra existencia… lo que viene con el hombre, de lo que añaden con sus lecciones, legados y ordenanzas los que antes de él han venido.”.
De este modo el arte es “energueia”, no “ergon”; no es nunca un proceso que “concluya” en la corporalizacion de la obra artística, no es simplemente el movimiento formal de la “obra-idea” a la “obra-ahí”. Por su origen óntico-ontológico, por representar un movimiento originado en lo esencial del “ser-ahí”, por “ocurrir” en íntima unidad con el existir como la actividad originaria del sujeto, consistente en un abrirse para si en el ahora de su estar siendo, recuperando a cada instante el ya haber sido (deviniendo historia) en pro -inelectivamente- de la realización total de la más peculiar posibilidad ontológica del “ser-ahí”: la muerte; por estar fundamentado el arte en una intencionalidad precultural, anterior a la toma de formas concretas susceptibles de morir y transformarse, llega este a ser un claro (Lichtung), un espacio luminoso en que se revela como “verdad” el modo originario de ser del “ser ahí”: autoprotectivo, autoinquisitivo, enfrascado en un intento infinito de comprensión de su “ser en el mundo” como posibilidad. Hegel supuso con razón que el predominio de la Razón como vía superior de autoconocimiento humano implicaría, mas exactamente, traía consigo orgánicamente la “muerte” del arte; es sin embargo esta Razón hegeliana lo que morirá primero si no ha muerto ya del todo. Han sido más la “habladuría” y el “pseudoformalismo” de los últimos tiempos –disfrazado en una pregunta y poco creíble actitud crítica- lo que más ha contribuido a ocultar este sentido originario de la actividad artística. Más allá de esta paranoia del “problema de expresión”, Ernesto Benítez ha logrado revitalizar una praxis, reabrir un camino que, si bien nunca desaparecido del todo, ha sido casi olvidado por muchos de los más jóvenes creadores.
Y es precisamente después de haber sido un claro un espacio apertural en que el “ser ahí” da consigo mismo como existente, retrotrayéndose de la mundana cotidianidad a ese momento pre-dado en que se revela la identidad del vivir y el morir, que puede el arte encontrar su destinación: desaparecer iluminado. “El universo es el gran vaso que da vida a todo lo que existe, el cambio estacional de las flores y las hojas, nieve y la luna, las montanas y el mar, las plantas y los árboles… Si tomamos estos elementos como la materia afectiva de nuestro arte, entonces el objetivo supremo será hacer de la mente un vaso del universo, establecer ese vaso que es nuestra mente en la vasta e informe naditud y obtener así la milagrosa flor del arte.” (Zeami).
La Habana, Julio de 1998.